¿Cuántas veces, los profesionales sanitarios y en especial los fisioterapeutas, nos hemos visto desarmados ante el dolor crónico?
Los pacientes llegan con dolor de repetición en una misma zona, o con sintomatología migratoria, pero de las mismas características en una parte que en otra. Nuestras armas habituales, en mi caso las derivadas de las terapias manuales, fundamentalmente, alivian, en mayor o menor medida, los síntomas, pero existe una base de dolor y signos asociados, que no llega a desaparecer del todo, o si lo hace vuelve a las primeras de cambio. A menudo, el más mínimo esfuerzo, un disgusto o el cambio de climatología sirven de reenganche al proceso. Estas personas suelen ser encasilladas en patologías reumáticas de complicado diagnóstico específico, principalmente la fibromialgia, o bien se achaca a los hallazgos de una resonancia magnética la justificación de la sintomatología, aunque en la calle podamos encontrarnos a miles de personas con los mismos o parecidos signos radiológicos y sin síntomas. Una tercera opción es el recurso de la somatización de algún trauma síquico.
Nos limitamos a parchear sus agudizaciones del proceso y esperamos una respuesta que los reumatólogos tampoco son capaces de darnos.
Pero si examinamos los mecanismos de la inflamación, veremos que el sistema inmune, nuestro ministerio de defensa particular, está implicado en la mediación de los procesos inflamatorios, es decir, que es él quien permite la evolución e involución de la inflamación en el conjunto de nuestros tejidos. Por ello, cualquier activación del sistema inmune, bien por inducción hormonal, estrés, alergias, o reacción contra moléculas extrañas como en muchos casos de impermeabilidad intestinal pudieran ser las de algunos alimentos, sin olvidarnos, claro está, de los ataques de virus o bacterias; puede provocar la activación de la inflamación de manera sistémica, es decir, en el conjunto del organismo. Esta puede presentarse de manera subclínica, sin signos evidentes, pero facilitando la aparición de brotes en articulaciones, fascias o músculos con estímulos pequeños. Para este fenómeno se ha acuñado el término inflamación crónica de bajo grado. Quizá, el alivio de los síntomas dolorosos que algunas personas experimentan cuando bajan de peso, no tiene que ver tanto con la desaparición del estrés mecánico, como con la eliminación de activadores del sistema inmune por vía oral. Y puestos a teorizar, la realización de ejercicio físico ayuda a regular la sensibilización a insulina, así como el mecanismo de las grasas y al propio sistema inmune, así que no sería disparatado pensar que la actividad física regular, disminuye la inflamación y con ello el dolor, pero no sólo por simple compensación de cadenas musculares, sino por mecanismos fisiológicos y bioquímicos. En cualquier caso, no dejan de ser conjeturas. Lo cierto es que las investigaciones demuestran la relación evidente entre los hábitos y la inflamación y en especial algunos alimentos guardan un patrón inflamatorio que mejora cuando se eliminan de nuestra dieta por un tiempo prudencial. También es frecuente ver como muchas de estas personas padecen problemas en otros aparatos o sistemas como el digestivo o el respiratorio, que no dejan de responder a un patrón, igualmente, inflamatorio.
En la práctica, he podido observar como un cambio en los hábitos alimenticios combinado con medidas de cierre de la barrera intestinal, pueden provocar una disminución de la actividad de puntos gatillo miofasciales, disminución del dolor postural, reducción de la zona álgida en la espalda, etc. Evidentemente, estos cambios no se producen de manera rápida ya que requiere su tiempo revertir el proceso, pero aquellos que llevan sufriendo mucho tiempo no les supone un gran problema cambiar su manera de comer durante 6 u 8 semanas, sobre todo si el resultado final es positivo.
Es factible que un porcentaje importante de casos dados por imposibles, si tengan una solución al fin y al cabo.
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